No extraño los ojos de miedo,
ni las caricias de la noche perversa.
Aquella mirada perdida y ajena
se consumió entre las cenizas.
¿No te recuerdas?
Mis uñas huelen a ajo.
Mis manos sostienen una estaca de madera.
Tú sangre corre despavorida por el suelo,
mientras observo con éxtasis la llegada de la muerte.
Es sublime.
Mío.
Eres mío, sólo mío
como la orquídea del desierto.
Las palabras pierden su tiempo,
mientras tú te comes el sueño.
Déjame decirlo fría y directa:
"Para tí ya no tengo nada".
martes, 18 de marzo de 2008
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