viernes, 11 de mayo de 2007

La gema y las tres piedras (parte I)

De estrellas y noches. Cuando la luna aún no conocía la tristeza de los amantes, una hermosa gema vagaba por el firmamento. Aquella gema daba largas caminatas entre cometas y estrellas estáticas de sueños, buscando lo eterno en los ojos de los ausentes. Tenía todo, pero le faltaba lo más esencial. Le faltaba todo lo que a una gema no le puede faltar: Fortuna.

Un día de luz azul, la gema estaba en un baile de fantasmas, cuando sin proponérselo, alguien vino y le mostró lo más bello que nunca jamás había visto. Se encontró con una piedra de viento llena de sueños y pájaros invisibles.
Era perfecta en su conjunto. Hermosa y frágil como la luz misma. Era la fortuna misma.

Quiso tenerla. Se lo propuso y casi lo logró. Fueron días de felicidad profunda e inagotable, que llenaron sus ojos de sueños reales. Sueños de cuna y biberon. De dulces y juguetes que nadie puede borra. Pero la piedra de viento, así como llegó, voló. Fueron once soles y once lunas las que le lloró.

La gema no quería comer ni beber. Moría lentamente en un exilio perpetuo y ajeno. Pero, un día de lluvia, aún estando de duelo por la partida de su piedra más preciada, la gema tuvo la dicha de encontrar una linda piedra de agua.
Era frágil y poco consistente; pero al tomarla en sus manos, la piedra parecía adquirir la forma que ella le ordenara. Eso la hizo pensar que podría llegar a ser la dueña del universo completo.

La adoptó, moldeó e intentó cuidar. Pero, a diferencia de la primera piedra, ésta la traicionó. Se volvió vapor al dejarse tocar por las manos impuras y grotescas de un ogro sin identidad. Desde entonces, él la posee.
Lloró sin lágrimas del corazón. Su llanto no fue tan largo y profundo como el de la primera vez. No tenía lágrimas para este piedra, porque sus lágrimas se habían agotado.

Desconsolada y triste de no tener una piedra propia, la gema estaba dispuesta morir en soledad y frío. Días y noches. Así gota a gota su vida se opacaba.

Sin buscarlo; ni pretenderlo, en uno de sus días errantes, la gema tropezó con una bella piedra de fuego. Al verla fijamente, creyó ver un espejismo de sus sueños. Sin embargo, la presencia y peso de la piedra totalmente reales.

Como una explosión inexplicable, la gema se hipcotizó por la magia de la piedra. La tomó en sus manos y la acercó lo más que pudo a su corazón.

- Tú me darás la dicha que ninguna piedra me ha podido dar- se dijo muy ilusionada la gema.

Así fue. Desde el primer instante la piedra llenó de calor su corazón. Le devolvió la ilusión y el furor a su vida. Más para su mala suerte, esta piedra tampoco duró mucho. Su fuego huidizo, se consumió hasta hacerse polvo. Envuelta en cenizas esta piedra huyó.

Era insoportable. No había ninguna explicación. Todas las piedras, de una u otra forma, se habían alejado de ella. Muchas dudas, muchas palabras, muchas frases y gestos se agolpaban en su mente y corazón.

¿Qué tenía de impuro o extraño que no era capaz de guardar una piedra para sí?

Ella no lo sabe. Nadie lo sabe.
Quiere saberlo.

Llena de dudas y envuelta en llanto seco, la gema se sienta todos los días frente al estero de estrellas, en espera de tener una nueva piedra. Sin embargo, no pierde la esperanza de que alguna de sus piedras regrese o muera eternamente, donde quiera que ellas se encuentren.

1 comentario:

Facundo Ezequiel dijo...

Esto puede parecer ambigüo; la fortuna que la gema buscaba se hallaba en sí misma, pero al decir que la fortuna y la felicidad se halla en uno mismo puede llegar a pensarse que éste es una especie de canto al egoísmo y a la soledad.