sábado, 24 de enero de 2009

Historias Sin Nombre I

"Son las tres de la tarde. Tiempo de siestas breves pero pesadas para todo niño menor de 7 años. En un pasaje de una colonia de clase media de San Salvador, en donde las casas guardan cierta semejanza con las cajitas de cerrillos por su pequeñez y fragilidad al sonido, una joven pareja de empleados de medio tiempo recuperan el tiempo perdido de las noches anteriores. Lo que para ellos es una reacción normal ante la estimulación y una plena expresión de la pasión que los une, es el sinfónico concierto de voces intrecortadas y jadeantes para todos los vecinos del diminuto pasaje familiar.

Sus melódicas expresiones se escuchan intermitentes y se elevan más y más en la medida que la aguja del reloj avanza. De seguro más de algún vecino se ha de estar dando una buena ducha de agua fría para apartar su mente de tal ambiente sonoro. De pronto, la que bien podría ser la perfecta Sinfonía de Freud se ve interrumpida por los gritos despavoridos del hijo de la pareja: "¡Mami! ¿Qué te están haciendo?

El niño de cinco años se ha despertado a raíz de los estruendos vocales de ambos. Él grita -también con tal intensidad vocal- una y otra vez la misma frase con una voz entrecortada de llanto, que se confundía en nivel y amplitud con la sugestiva melodía de sus padres. Luego de diez minutos de un trío perfecto, todo vuelve a la quietud habitual en el pasaje familiar."

Ningún vecino sabe a ciencia cierta si el niño presenció tal explícito y sonoro espectáculo. Me gustaría pensar que sólo se quedó parado frente a la puerta cerrada del cuarto de sus padres sin poder abrir, y para expresar su frustración por no poder entrar, comenzó a gritar, al no saber que mal inexplicablemente ruidoso estaban sufriendo sus padres. El solo pensar que en realidad pasó lo primero es grotesco.

1 comentario:

Cc¡ dijo...

:S pobre niño y pobre vecinos :S jejejeje