(En respuesta a un post pendiente)
Si en verdad vieras cuánto me afecta el no tener que fingir que me preocupas, te darías cuenta cuán feliz soy.
A veces creo que nisiquiera tengo por qué pensarte.
Si sumo todos mis fracasos a tus contadas mentiras, la ecuación sería perfecta.
Nadie gana, ni nadie pierde.
Sólo nos limitamos a hacer balances de lo que perdimos por vivir en mundos separados.
Por ser quienes nunca fuimos, ni llegaremos a ser.
Cuando la noche me reclama el no tener el valor de dar al fuego las pocas miserias que quedan de nosotros, es cuando más te odio.
No te odio por ella, ni por ella, ni por la otra.
Ni tampoco por la tipeja regordeta que finge ser la dependiente de una tienda de ropa de segunda mano, con quién tuviste el cinismo de acostarte a mis espaldas.
Todo eso te lo perdono.
Lo que no perdono es tu ausencia entre mis sábanas.
La resequedad de tus besos y el hielo de tus abrazos.
El tiempo y la felicidad que perdí por fijarme en tí.
Si algún día dejas de esconderte entre la sombras de la noche y el susurro del viento, acércate a mí.
Mírame de frente y dime qué pasó.
Hay preguntas que aún esperan sentadas en la puerta.
Y puertas que esperan en el silencio.
Y silencios que nadie quiere.
Y nadie los quiere porque son de fuego.
Y el fuego destruyó Roma.
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